(Éx. 20,17)
La primera vez que lo mire, sentí fuego en mi piel. Pero esta vez fue diferente... no podía resistirme ante esa mirada que solo me intimidaba, me arrastrabas a un lugar donde él y y yo ya nos conocíamos de toda la vida.
Torpe, nerviosa, insegura, intimidada, así me ponía cada vez que él tenia sus ojos encima de mi, intimidada, sobre todo, me intimidaba de una manera muy extraña y no había cosa mas difícil en la vida que mirarlo a los ojos, quizá el creía que yo mentía o que estaba nerviosa la verdad ni yo se que me pasa cuando estaba enfrente de él.
Preferia evadirlo y esconderme, que no me mirara. Pero era imposible, lo miraba todo el día, los cinco dias de la semana, sin querer queriendo quise, y quise demasiado. Quiza fue mi culpa por ser tan provocativa y no tengo culpa de haberme puesto esa falda que se me notaba el cuerpo, ni por ponerme esa blusa escotada que hacia que cuando saliera el volteara a verme, me encantaba ver como disimuladamente el me miraba, como me buscaba con la mirada y como me preguntaba siempre lo mismo, ¿tienes novio? ¿y tu novio? Era muy obvio. me hacia preguntas muy personales, se interesaba bastante en cosas y solo me quedaba con las ganas de preguntarle cosas, en realidad no podía ni hablar cuando estaba cerquitas de mi. Me mataba su presencia, me hacia sentir pequeñita e inofensiva cuando se acercaba a mi y lo sentia cerca, debía mantener la compostura no era el momento ni el lugar mucho menos la persona, debía reprimir la sonrisa estupida que me salia cada vez que hablaba, el tambien la reprimía, mirándolo bien tenia ojos bonitos.
No se mira el alma de las personas con los ojos, se mira el cuerpo con deseo. A base de mirar, uno se debilita hasta caer en el pecado.
Y si, a través de los ojos también entra el pecado,
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